Necesario es enhebrar palabras antes de iniciar la travesía formativa. En colectivo nos organizamos para semanalmente iniciar fraseos y accionares que nos acerquen a críticas, a visiones, a anhelos plurales que paulatinamente formen al alma y al cuerpo desde los asombros.
En Maracaibo, ciudad puerto, hemos varias veces pensado en la necesidad de construir un espacio de palabra reflexiva sobre nuestra condición de nuestramericanos en emancipación permanente. En esta ciudad de costa y marullo lacustre nos ha costado tejer diálogos, concepciones afínes sin embargo esto no ha desmantelado el vigor y el rigor de seguir intentando juntar las buenaventuranzas, las ganas de leernos y de repensarnos. De allí que, a dos años de la primera fase iniciada en la sede Maracaibo de la Universidad Bolivariana de Venezuela, volvamos a desempolvar este ventanal donde ahora podemos coincidir para latir en sintonía libertaria.
La revolución que se labra en campos, ciudades, la permanente idea y acción que pretende patria buena, la canción necesaria, la lucha en defensa de una Perijá - Planeta Tierra libre de latifundio - oropel - minería y sequedad, la emergencia de capullos rociados de mujer emancipada, de niños lectores de los días, de abuelos activados en soñar nos movilizan para hacer de esta experiencia colectiva un pan para ofrendar, un guiño para iniciar juegos y así reírnos entre tanta mala praxis (desafiante malapraxis) que aún inunda los días de este estado Zulia tan lejos de la lucha organizada, sincera pero tan cerca de la dolida y paramilitarizada frontera colombiana.
Almas que se juntan y orbitan alrededor del placer de transformar y no nada más entender realidades penosas. Almas que desde la idea y luz Bolívar, desde el fragor popular continental de esta Abya Yala intenta semanalmente desafiar a la silente inacción, al "cratos" del buró. Iniciamos la travesía con textos e imágenes de la experiencia para que nunca ningún viento propicie desmemorias y para que sigamos leyéndonos en la acción y el sudor por lo más digno: ser libres en tiempos y espacios libres.
A continuación imágenes y palabras lúcidas, reflexivas sobre la comunicación popular y alternativa del compañero, docente y escritor José Javier León. Todo esto se ha leído, pensado y vivido en la sede del "Comando de la Victoria" frente a la transitada Avenida La Limpia en Maracaibo. Participan activadores de la esperanzadora y digna misión Madres del Barrio.
Aquí las aclaratorias sentidas, Aquí esta ofrenda que comienza a tejerse pluralmente. Leámonos y coincidamos en lo que nos haga dignos y felices.
(Des)encuentros entre lo comunal y lo popular
Hablamos de comunicación comunal separada de la “comunicación popular, libre y alternativa”. La separación aparece establecida en el documento donde se recogen las líneas generales de Proyecto, y a pesar de que creo entender de donde proviene la “separación”, creo necesarias algunas precisiones, en aras de alimentar la discusión. En efecto, la comunicación comunal parte precisamente de los “consejos comunales” y de abajo hacia arriba prefigura la construcción de un sistema nacional de comunicación pública, también ante el proyecto de soberanía nacional y el proyecto de integración hacia la construcción de un nuevo orden comunicacional. Se entiende pues, el énfasis en el concepto “comunal”, pero lo que sí debemos –creo- aclarar es que la separación ni siquiera debía ser teórica y mucho menos en el orden de las prácticas. La comunicación que aquí llaman comunal nada es ni será si no está alimentada por el magma multiforme de lo popular, si no se expresan los rostros y las voces de todos, antes de toda institucionalización, antes de toda definición. La comunicación comunal necesariamente ha de ir a la zaga de la comunicación popular, en verdad rezagada, impulsada e irrigada por las voces y los rostros múltiples del pueblo; no debemos pedirle más que eso, y se equivocaría y terminaría anquilosándose, si renunciara a escuchar y a ver en la diversidad la expresión de todas las realidades. Por otro lado, la comunicación comunal como ya dijimos avanza en la construcción de la soberanía, mas la popular construye y redefine incesantemente la autonomía. La comunicación popular es la comunicación del pueblo y como tal es expresión de resistencia frente al Estado, que desubjetiviza y cosifica las relaciones sociales, con su tendencia a clasificar, ordenar y excluir lo otro. De modo que en una coyuntura como la nuestra la comunicación comunal no puede soslayar la comunicación popular y negarse a lo indefinido y lo que está en constante movimiento. Su natural es clausurar la realidad y convivir con lo estatuido, de ahí la importancia de la comunicación popular como fuelle, como desasosiego. La separación a la que nos referimos arriba es sintomática y responde al temor de que lo indefinible nos deje sin certezas, pero he aquí que la comunicación popular y su desorden garantiza la vibración de la democracia. En vez de la separación, debemos abrigar a una suerte de extraña fusión, entre lo comunal y lo comunitario, entre el Estado (y su reificación del tiempo y del espacio) y el pueblo con sus tiempos y espacios multiformes y descentrados. Lo que se nos exige es que la diversidad, lo informe e indefinible, cuaje en instituciones siempre en fuga. Que nada permanezca sino el tiempo del sentido y de la verdad. Que las instituciones maduren con el tiempo y no en instancias suspendidas, desarraigadas, desterritorializadas. Por lo demás, no creo que a otra cosa debemos referirnos cuando hablamos de la construcción de lo público, y en el caso específico, de “comunicación pública”. Yo preferiría llamarla comunicación popular para, ahora sí, diferenciarla de toda comunicación que se produzca en el marco de “relaciones capitalistas de producción”. La comunicación popular cobra sentido, claro está, en el marco de relaciones no capitalistas y cuando surge es para vertebrar y articular experiencias socioproductivas que responden a otra racionalidad, a otros modos de concebir el tiempo y el espacio. La comunicación popular visibiliza e irriga la lenta reconstitución del tejido social. Su cuerpo es atravesado por el “cuento, la fiesta y la candela”, por la memoria, la celebración y la guerra. La comunicación comunal interconecta superficies, la popular magmas, ríos profundos. La comunal se produce y augura la paz del sentido, la popular promete la intemperie, la intemperancia, la furia de la indeterminación; la popular ha hecho de la ética (¿qué si no?) un asunto de vida o muerte; la comunal no conoce la tensión de los límites y más bien se solaza en la extensión. Se dirá que la comunal vive amenazada, atacada y a menudo reducida por las formas terribles del capitalismo, pero he aquí que sin duda pueden coexistir cuando en los momentos de crisis el Estado (capitalista) comienza a regular la voracidad de los intereses privados, en procura de una armonía que contenga el (carácter definitivo del) estallido social, que reprima o desconozca las formas de organización refractarias a las instituciones del Estado. Las que se repelen son las formas de producción capitalistas y las (un “las” que las captura en su huida, en su metamorfosis) de la comunicación popular, toda vez que responden a proyectos diametralmente opuestos. El capitalismo precisa de la cosificación, de la des-subjetivación del pueblo, de su reducción a estadística, a datos, a masa, a mano de obra cada vez más barata, (a lo más) a inerme consumidor; el pueblo en cambio tiene otros intereses: la destrucción del capitalismo y sus formas de (re)presentación. También se dirá que avanzamos hacia el poder comunal, y he aquí que comparto la noción sólo que no escindida de lo popular, libre y alternativo sino precisamente que lo comunal es popular, libre y alternativo, hacia un Estado que se socava a sí mismo, que se antidefine, que persigue incesantemente su no ser, que se sabe (de)construcción cotidiana y de todos.
La comunicación en los procesos de consolidación de las organizaciones comunales y comunitarias. Una propuesta
Desde la perspectiva del poder popular los problemas de la comunicación ofrecen dos dimensiones o ámbitos divergentes. En efecto, hablamos de “la articulación de dos dinámicas: una de soberanía y otra de autonomía” (Mazzeo, 2007). La primera estaría vinculada al Estado-nación, la representación, la dirección centralizada, la táctica, la transacción, la política institucional; la segunda, “a la comuna, la expresión, la confrontación, la dirección colectiva, la estrategia”; la participación, agregaríamos nosotros. Antes de matizar, para el contexto venezolano, esta segunda dinámica, decimos con Mazzeo que la autonomía, a riesgo de caer en la esterilidad, necesita de la soberanía: “Dicho de modo más directo y sencillo: por ahora –y creemos que por mucho tiempo más- la autonomía necesita de la soberanía (…) Una teoría de la transición que dé cuenta de nuestro tiempo exige la combinación de estas dos dinámicas. Por eso creemos que un proyecto emancipador, para consolidarse, debe ejercer las formas de mando específicas de la dinámica de la autonomía y del poder popular en el marco de las dinámicas de soberanía.” Para el caso venezolano, con la extensión y consolidación de diversas experiencias de organización comunales y comunitarias -la distinción está asimismo tocada por la distinción “soberanía”/“autonomía”, siendo lo comunal expresión del estado “socialista” y la comunitaria, expresión de lo otro, rebelde por (in)definición a toda institucionalidad estatal (Del Barco, 2008)- y en particular con los Consejos Comunales, la comunicación “autónoma” - situada en el marco que nos aclara Mazzeo- va un poco más allá si se quiere de los valores que le señala el teórico y militante argentino, para dar cuenta de una tareas que apuntan hacia la construcción del poder popular, toda vez que debe avanzar en la elaboración y ejecución de planes y estrategias de comunicación e información a diversas escalas –desde la comunal con su Plan de Desarrollo hasta un Plan Mundial de Desarrollo según las etapas descritas por Cañizales (2009)-, que articulen e integren las economías (en sentido etimológico oiko-nomías), de las comunidades en resistencia, emancipadas y críticas de la economía capitalista tras-nacionalizada. Cuando afirmamos que la autonomía comunicacional es parte esencial de la autonomía política, económica, social y cultural lo hacemos sobre la base de que una sociedad como la nuestra “regida por la información se inscribe, por así decirlo, en el código genético del proyecto de sociedad inspirado por la mística del número”, proyecto que ha atravesado los siglos desde los albores de la modernidad y hoy se expresa en la globalizada sociedad ciber y “tecnomercantil” (Mattelart, 2002). Desde nuestra perspectiva el proyecto comunicacional popular distingue la comunicación soberana y autónoma, pero también que la teoría y la ciencia de la comunicación y la información ha transcurrido exclusivamente sobre las prácticas tecno-comunicacionales “soberanas”, que hoy incluyen por supuesto la “crisis” del Estado-nación. Nuestra propuesta distingue esa teoría, y desde su situación epistémica, critica las teorías comunicacionales académicas e institucionalizadas y hace teoría y práctica de la comunicación autónoma, es decir, de la comunicación que sistematiza y articula (las) experiencias de esa otra economía, que postula y avanza hacia otro mundo posible (Parker, 2006; Hellinger, 2008). Como dice Mazzeo es irreal renunciar a la comunicación soberana, pero nos toca como Universidad Bolivariana una suerte de doble desafío: criticar la teoría y ciencia de la comunicación “soberana”, al mismo tiempo que construimos la teoría-práctica de la comunicación popular, la misma que haciéndose a la par que pensándose, construye sobre bases históricas (no otras, sino en la cotidianidad de nuestras comunidades), el Poder Popular. Como nos lo afirma Mazzeo, se trata de una “praxis que por su capacidad de soslayar el espíritu de la mercancía y de construir vínculos solidarios, inasimilables por la lógica del capital, prefigura una sociedad nueva en pequeña escala pero que aspira a la totalidad. Entonces, sin alterar las funciones, contenidos y relaciones de esa totalidad –que incluyen al Estado y a la soberanía nacional- y sin fugar del pequeño corral de los empeños fortuitos e incomunicados, esos vínculos, esos proyectos autodeterminados no tienen destino” (175). La comunicación que necesitamos debe “vincular” nuestros proyectos, para que dejen de ser fortuitos y cesen de ocurrir, pues, en el corral de las experiencias sin destino.
Referencias citadas
- Alejandro Cañizales (2009) Territorio, Poder Popular y Planificación del Desarrollo
- Armand Mattelart (2002) Historia de la sociedad de la información. Paidós. Argentina
- Daniel Hellinger (2006) ¿Cómo entiende el “pueblo” la democracia protagónica? Resultados de una encuesta. Revista venezolana de economía y ciencias sociales. Vol 14 -N 1. Pag 153
- Dick Parker (2006) ¿De qué democracia estamos hablando? Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.12 n.1 Caracas abr. 2006
- Miguel Mazzeo (2007) El sueño de una cosa (Introducción al Poder Popular). El Perro y La Rana. Caracas, Venezuela
- Oscar del Barco (2008) El Otro Marx. Milena Caserola. Buenos Aires
Comunicación para la organización
El modelo de comunicación que conocemos, atravesado por la tecnología de los medios y su modo de des-componer la realidad, ha definido las formas del pensamiento sobre los medios y, lo que sin duda es más relevante, se ha convertido en la instancia desde la cual acceder a la realidad, y, llegado el caso concebirla. Este modelo de comunicación y el modo de producción capitalista sin duda comparten la construcción de la sociedad moderna, sobre todo a partir de mediados del siglo XIX cuando la dominación de EEUU se fue extendiendo a la par de (el modelo norteamericanizado de) la gran prensa, con la aparición paulatina de la radio, el cine y más tarde la televisión, y hoy, liderar las tecnologías de la información e Internet, hasta el punto de controlar geoestratégicamente los mercados y flujos digitales del planeta. Por otra parte, el compromiso estructural de los medios con el capitalismo, está inextricablemente consubstanciado con la producción simbólica, de modo que el mundo no sólo piensa sino que sueña e imagina sobre los ritmos y el tempo del tiempo/espacio capitalista. Hoy hablamos sin empacho de tiempo de televisión, y hemos aprendido a respetar a pies juntillas el Time is Money que alimenta las subjetividades cosificadas, su idea de productividad (cada vez mayor riqueza sobre menor cantidad de tiempo), a expensas de los trabajadores, de sus vidas, y del planeta. Olvidar la relación vicaria entre medios y capitalismo, es pasar por alto lo esencial. Así las cosas, en la elaboración de una alternativa a la actual situación mediática mundial, nos toca pensar una comunicación y unos medios que acompañen el proceso de construcción del socialismo bolivariano. No son los valores del capital, pero tampoco sus formas mediáticas, las que nos pueden ayudar en la tarea histórica de crear las bases para la emancipación simbólica, icónica, imaginaria, audiovisual, comunicacional e informacional, que de al traste con las formas del capitalismo, hoy en crisis. Una crisis que, por cierto, con sus estertores, amenaza con hacer colapsar el planeta. No es pequeño el reto. Por un lado, nos toca unir lo separado, lo despedazado por el capitalismo. Reconstituir nuestras comunidades. No debe diluirse el hecho de que el lugar que ocupamos en nuestra cotidianidad es producto de relaciones sociales atravesadas por el capital, que nuestros barrios son aluvionales porque sobre las poblaciones que han existido en este territorio han sido diversas las fuerzas que han actuado desplazando, persiguiendo, expropiando, expoliando. Los llamados en los setenta ?cinturones de miseria? que rodean las populosas ciudades latinoamericanas en realidad son desesperanzados obreros y obreras, son los vigilantes, los constructores, los jardineros, hoy los excluidos de tercerizadas economías que alientan y se enriquecen con el desempleo estructural. Es más, llegamos allí porque nos quedamos sin tierras, aventados por el olor del progreso que nos prometían los partidos políticos abanderados de los proyectos de modernización de los bancos mundiales. Desde las villas miseria construimos las ciudades pujantes de la modernidad que nos expulsa y violenta. Los muros que hoy construyen para separar a los pobres de los ricos, en México, en Israel, en Argentina, en Brasil, son la constatación física del desprecio y el racismo, pero son también la expresión de que la modernidad que ayudamos a edificar (con nuestros silencio y rostro peligrosos y difusos) ya no nos necesita. Tenemos una historia que es testimonio de violencia, y como decía Walter Benjamin "Todo documento de cultura es un documento de barbarie". Tomar conciencia de ese deslave, de esa violencia, de esa fundación sobre escombros, es parte de nuestra tarea histórica. El capitalismo y sus medios han ocultado precisamente esa violencia, y pretender hoy colocar la violencia de las ciudades, por ejemplo, como algo aislado y propio de sectores que no pueden asimilar los valores de la civilización, del urbanismo es una aberración, que no obstante consumimos en productos ?periodísticos? y de ?entretenimiento? amarillistas, racistas, que mancillan la dignidad humana. Nos toca pues, ejercer una comunicación que visibilice nuestro pasado. Allí están los testimonios vivos en nuestras comunidades, en nuestros barrios. El capitalismo y sus medios, al borrar nuestra historia, procede además a suspender en una atmósfera mediática las imágenes representativas de la sociedad, sólo que despojadas de historicidad. Los medios, la prensa, la televisión, nos entregan una imagen abstraída de la realidad, con la cual fabrican lo que Benedict Anderson llamó la ?comunidad imaginada?. Dejamos de tener una historia para compartir una creada por los medios. Los medios heredan, prolongan, fabrican e impulsan la historia oficial que las elites burguesas editan ?con? los hechos del siglo XIX y XX, cuando se definió el Estado-nación, la república, la modernidad, la democracia representativa, el estado de bienestar, el neoliberalismo. A raíz de la llegada al poder del presidente Chávez, los estamentos y estatutos de la Venezuela mediática comienzan a resquebrajarse (su misma victoria es un ejemplo de cómo el poder que ejercían los medios en la conciencia de los venezolanos comenzaba a replegarse), lo que se evidencia en los ataques, en la virulencia de los medios contra el proceso bolivariano. Nuestra Venezuela, la real, no la mediática, tiene intereses irreconciliables con los medios y las clases detrás de los medios que construyeron la Venezuela que era imagen en el mundo de petróleo y mujeres bellas (y estúpidas). No obstante, tras el requebrajamiento e inminente derrumbe de esa farsa mediática aún no hemos logrado contraponer un modelo de comunicación y de medios alternativo. Hasta ahora, hemos respondido con siempre relativo éxito a los ataques de la furia mediática con los mismos instrumentos (medios y tecnologías) redistribuidos con criterios no capitalistas. Nuestra radio y televisión ?soberana?, defensora del Estado-nación y sus recursos contra la avanzada neoliberal, por ejemplo, hace frente a los medios nacionales y transnacionales vinculados sustancial y estructuralmente al mercado con sus mismas armas. Esa lucha es hoy irrenunciable y sus batallas copan el escenario de los medios, eventos y políticas de la comunicación e información. Se trata de la misma estructura, digamos, sólo que con contenidos y mensajes responden a una ética del diálogo y la solidaridad, en lo que tiene de no refractaria a los ?discursos? mediáticos. Por una vez, podemos decir los medios no son el mensaje. Ahora bien, no es ese el único escenario alternativo y, yendo más allá, verdaderamente alternativo. En otras palabras, la transición no es un estado definitivo, aunque ciertamente los procesos sociales son contingentes y necesitan redefiniciones al hilo (y al filo) de la historia, mas no debemos confundir lo in-definido de todo ?proceso? (des-fetichización) con ?transición?, esto es, que no podemos renunciar a la definitiva superación de las relaciones de producción capitalistas. Los medios, por su parte, operan digamos de arriba hacia abajo, es decir, de la comunidad imaginada hacia las abstraídas poblaciones, hoy reducidas a ?mercados de consumidores?. El modelo comunicacional que necesitamos construir, en cambio, no puede abstraernos, al contrario debe construirse de abajo hacia arriba, partir de nuestras realidades, de nuestras economías, de nuestros multilingües y pluriculturales mundos. En nuestra comunicación han de caber todos los mundos posibles. Necesitamos una comunicación que vincule nuestros proyectos de vida. Que nos relacione, que nos haga partícipes de nuestra colectiva emancipación. Que reconstituya nuestro tejido social. Esa comunicación será necesariamente local pero no así todos sus vínculos, sus relaciones, sus alcances. En las redes, todos los puntos cuentan, todos los nudos son importantes y decisivos. Todas las comunidades son experiencias, para aprender y enseñar. La economía socialista requiere de la articulación de las economías locales y comunitarias, depende de economías territorializadas, de comunidades emancipadas, de sujetos históricos liberadas de la explotación capitalista. La economía socialista no está articulada al mercado, sino a la totalidad de la vida. Nuestra comunicación parte del bien común (no del bien privado y de los intereses particulares), y retorna a su condición originaria: comunicación, comunidad: común unión.
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